A medida que pasa el tiempo, el Universo se va enfriando. Comenzó su existencia hace miles de millones de años a partir de una súper explosión -el Big Bang- con un tamaño diminuto y una temperatura increíblemente elevada. Cada segundo que pasa, el Universo se expande -y enfría- un poco más. Los científicos pueden interpolar los datos existentes y combinarlos con las teorías físicas más modernas para calcular en qué momento se detendrá la expansión. Cuando eso ocurra, su temperatura uniforme será de cero grados Kelvin (unos 273 grados centígrados bajo cero). Este proceso de “enfriamiento”, a veces llamado “muerte del calor”, se conoce también como entropía.
Obviamente, la vida en un universo en el que la entropía ha alcanzado su valor máximo es imposible. No importa la tecnología de la que se disponga: en un escenario donde no hay diferencias de energía (calor o la que fuese) entre dos puntos diferentes, no hay manera de obtener ninguna clase de “trabajo”. Estamos condenados, y lo sabemos desde hace tiempo. Se ha calculado que si la densidad del Universo es menor que tres átomos por metro cúbico, el Universo se expandirá indefinidamente y será condenado a una muerte fría en medio de la oscuridad más absoluta en unos 35 mil millones de años.
Pero los nuevos cálculos, que toman en cuenta la masa de los agujeros negros y otras delicadezas por el estilo, demuestran que ese tiempo puede ser bastante más corto. Esto se debe a que cuanto mayor sea la densidad promedio, mayor será la atracción gravitatoria entre todas sus partes y más rápido se detendrá la expansión. Algunos creen que la densidad del Universo es suficiente como para provocar un derrumbe luego que la etapa de expansión finalice, originando lo que se llama un Big Crunch (por contraposición al Big Bang) dentro de eones. Pero los datos actuales no parecen indicar tal cosa.
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